Creo que en este punto ya se encuentran bastante familiarizados(as) con lo que llevamos del proceso y el proyecto, los retos como la cantidad de niños o la zona -de cuidado-, pero considero que a pesar de esos dos aspectos el reto más grande fue pensar en un proyecto para construir a medida que íbamos pero que al mismo tiempo pudiese funcionar en otros momentos, en otros espacios y con otras personas, ¿Cómo lograr que lo que realizáramos en el breve tiempo que estuviésemos con ellos perdurada?
Y después de múltiples momentos de reflexión y de diálogo
con mis compañeros llegamos al acuerdo de crear clubes, propuestas que
integraran áreas del conocimiento pero que se pudiesen aplicar en cualquier momento,
con cualquier persona y que – sobre todo – quienes hicieran parte sintieran, reflexionaran
y vivieran la utilidad de estos en su vida cotidiana.
Claro, madrugar y tener un aproximado de dos horas de
trayecto – solamente para llegar – es, no voy a mentir, un reto, pero al llegar
allá esas dos horas previas se hacían efímeras, uno llegaba y los niños y niñas
le recibían a uno con emoción directo a contarles sobre su semana, sobre lo que
les había pasado, lo que habían hecho.
Lo primero que me demostró eso fue agradecimiento, nos
topamos con niños muy agradecidos, niños que no les importaba madrugar un sábado
por la mañana porque se sentían cómodos estando en ese espacio con nosotros. Y eso,
ese pequeño gesto por parte de ellos simplemente hacia que todo lo demás no
importara, todo lo demás desaparecía.
Otro de los aprendizajes fue el tener ideas concretas,
pueden ser cortas, pero deben ser múltiples, siempre tener un respaldo y saber
o haber pensado en – por lo menos – dos maneras diferentes de hacer la
actividad que se tenia pensada por si ocurre cualquier cosa, o que vienen más
niños o que vienen menos, que nos les llama mucho la atención esa dirección,
adaptar otro rumbo, entre otras posibilidades.
Añadiéndole que en cada implementación se abrían un poco más
a nosotros, algunos de manera verbal y a otros era más de observación, como íbamos
encontrando sus intereses y también como adaptábamos estos gustos y los transformábamos
en experiencias que todos pudiesen disfrutar.
La observación de cada uno de los niños nos dio sin fin de herramientas
para planear e ir mejorando implementación tras implementación con nuestra conexión
y el mundo que íbamos creando con ellos. Incluso, en los días que faltaba
alguno el recordarle, contarle y darle alguno que otro material con el que se había
trabajado la sesión que no vino daba pie para que esa personita se sintiera
visibilizada, se sintiera parte de y que hizo falta.
Los aprendizajes de todo este recorrido son más de los que
puedo verbalizar, o bueno textualizar, en este caso, sé que faltaron muchos, pero,
para ser honesta, no he terminado de procesarlos, por lo que mientras tanto, este
es el pedacito que puedo otorgarles del crecimiento que tuve durante esta práctica.
Lo único que les puedo asegurar es que la trasformación que
tuve frente a la visión de una parte de la vida fue gracias a ellos, a cada una
de las personas que hizo parte del proceso, tanto directa como indirectamente.
Todo esto, mirándolo desde el rol de educadora deja una gran
huella porque el haber ido hasta el barrio bella flor de ciudad Bolívar fue
conocer a la Bogotá de la que casi no se habla, fue ver cara a cara las necesidades
que enfrentan algunos, la situación real de la educación en esta ciudad y cómo
hay sitios que están muy abandonados, niños y niñas que tienen todo un mundo
por delante pero que les cortan las oportunidades, personas que esperan porque
algo suceda pero cuando pasa las opciones son un tanto limitadas. Sin centrarme
tanto en las situaciones – no tan agradables – que enfrentan los niños y niñas
que viven en el barrio Bella Flor, la vivencia de haber compartido con ellos y conocer
su realidad deja mucho en qué meditar y bastantes cosas que uno piensa en
mejorar, pero ¿cómo hacer para que esas situaciones mejoren?, ¿cómo ayudar a
que el proceso con esos niños y niñas no se pierda?, ¿cómo seguir ayudándoles después
de que ya no estemos?, ¿cómo?, ¿cómo?, ¿cómo?...
A pesar de todas las preguntas, interrogantes y dilemas que se me vengan a la cabeza la única respuesta que resalta una y otra vez es “intentarlo”, intentar conocer esa realidad, intentar acercarse a esas personas, intentar construir algo con la esperanza de que perdure por mucho tiempo, intentar estar, intentar seguir, intentar dejar huella como ellos dejaron huella en mí.
Para no alargarles más el cuento… al final de la historia creo que logramos articularnos bastante bien para llevar lo mejor de cada uno en ese espacio con los niños y niñas, en donde todos fuimos participes de todo el proceso, desde la creación a la implementación y partiendo del papel de quien implementa como aquel que participa en las implementaciones de otros.
No negare lo que está a plena vista y sintiendo el vacío que dejará la ausencia de no estar más con esos pequeños niños los sábados por la mañana me despido buscando refugio en los productos y memorias que quedaron del espacio esperando que cada uno de esos niños pueda seguir creciendo y llenándose de amor por lo que rodea a la vida.
LLevarse preguntas, es siempre una gran forma de seguir avanzando, de seguir investigando, indagando, observando, que sigas llenas de preguntas y de ganar de intentarlo siermpre
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